Salvador
Ortiz



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Primera lección de literatura

El mago hace una mínima reverencia con la que logra que el silencio se apodere de la sala. Se arremanga la chaqueta -brilla en el escenario la desnudez de su brazo- mete la mano en la chistera y comienza a jalar. Cuando la gente, algo desencantada, supone que verá la consabida, si acaso inexplicable aún, aparición de un conejo, el mago se detiene, levanta la vista a los espectadores con gesto luciferino, hunde todavía más el brazo y de un tirón saca la noche en la que, siendo niño, murió su primer perro: una noche tan triste que el público no acierta entre llorar o aplaudir el feliz prodigio de la hazaña. De pronto sumerge su aparición en la chistera y dice al público: "Señores, pueden reírse, lo que han visto es sólo un truco".